Cultura / Historia
El enigma de las últimas palabras de Alejandro Magno que destruyó su imperio
Día 10/02/2015
«¿A quién le dejas tu puesto?», le interrogaron en su lecho de muerte. «Al más fuerte» (Krat'eroi), respondió según algunos presentes. Posiblemente dijo «a Crátero» (Krater'oi), el nombre de su compañero más leal. La duda desencadenó una guerra que duró medio siglo
Alejandro III de Macedonia murió joven, pero vivió deprisa. En solo 13 años de campañas militares, levantó uno de los mayores imperios en la historia de la humanidad: afianzó su poder en Grecia, conquistó el imperio Persa y se hizo con un dominio que se extendía por Egipto, Anatolia, Oriente Próximo, Asia Central y se detenía a las puertas de la India. Y paraba ahí no por falta de ganas, sino de aliento y de recursos. En su afán por avanzar más allá de lo que los generales de su padre Filipo II –quienes se encargaron de suplir su inexperiencia militar– hubieran jamás previsto, Alejandro descuidó garantizar la continuidad de su imperio si él fallecía. Pese a que solía exponer su vida en el combate con frecuencia, y a que sus enemigos crecían a su espalda, se estimaba todavía demasiado joven como para pensar en su sucesión. Su inesperada muerte, un mes antes de cumplir los 33 años, y sus consecuencias le iban a demostrar que nunca se es lo bastante joven para nada. Ni para conquistar imperios, ni para blindar tu testamento cuando tienes tanto que perder.
La mayor parte de las lecciones en la vida de Alejandro de Macedonia, que fundó 70 ciudades (50 con su nombre) en su viaje a las profundidades de Asia, las tuvo que aprender sobre la marcha. Educado por Aristóteles para pensar como un griego pero luchar como un «bárbaro», Alejandro recibió responsabilidades políticas desde su adolescencia. En 340 a. C, su padre lo asoció a tareas de gobierno nombrándolo regente y, dos años después, en 338 a. C. le puso al frente de la caballería macedónica en la batalla de Queronea, siendo nombrado gobernador de Tracia ese mismo año. A los 20 años vio cómo su padre, Filipo II de Macedonia, era asesinado por uno de sus guardias personales cuando ultimaba los preparativos de una campaña contra el Imperio Persa. Acaso fue esa la lección que no quiso aprender de la experiencia de su padre: atar los asuntos por lo que pudiera deparar.
Alejandro fue el gran beneficiado de la muerte de su padre
El más célebre Rey de Macedonia completó el sueño inacabado de su padre y, quizá, lo arrastró más lejos de lo que éste hubiera imaginado. Para ello se valió de los viejos generales de padre, responsables de que Macedonia fuera la principal fuerza militar de Grecia. Entre estos destacaba Antípatro, que fue designado por Alejandro para custodiar Grecia en su ausencia; Éumenes de Cardia, secretario de Filipo II y hombre de confianza de Alejandro; Parmenión, el principal general durante las grandes batallas contra el Imperio persa; y Clito el Negro, que también estuvo presente en las primeras fases de la campaña.
Por su parte, Alejandro se hizo acompañar de hombres de confianza de su misma generación. Así destacaron por su importancia en las fechas próximas al fallecimiento del gran conquistador: Hefestión, amigo de la infancia de Alejandro; Crátero, el que más veló por la familia del conquistador a su muerte; Ptolomeo, fundador de la dinastía que reinó en Egipto hasta la llegada de los romanos; Seleuco, el fundador del Imperio Selucida, Pérdica, comandante de la caballería macedonia; y Lisímaco.
La extraña muerte del candidato perfecto
Llevada al límite la expansión de su imperio, el ejército de Alejandro regresó de su inacabada incursión en la India para poner en orden los asuntos del imperio en torno al año 326 a. C. Tras enterarse de que muchos de sus sátrapas y delegados militares habían abusado de sus poderes en su ausencia, Alejandro ejecutó a varios de ellos. Fue entonces, con estas demoras, cuando entre las filas macedonias empezó a extenderse el temor a que el joven conquistador no tuviera la menor intención de regresar a Europa, incumpliendo sus recientes promesas. El general macedonio creyó que pagando los salarios que se adeudaba a sus soldados y enviando a los más veteranos de vuelta a Macedonia bajo el mando de Crátero bastaría para rebajar el clima de tensión y desconfianza. Sin embargo, las tropas interpretaron estas decisiones como un desagravio y se amotinaron en la ciudad de Opis.
Se quejaban los soldados de que Alejandro hubiera adoptado las costumbres y forma de vestir de los persas, así como de la introducción de oficiales y soldados persas en las unidades macedonias. El motín terminó con la ejecución de los cabecillas del motín, pero con un perdón general a las tropas.
Hefestión murió probablemente de fiebre tifoidea
Rápidamente, Alejandro partió para Babilonia con el cadáver de su amigo, donde celebró fabulosos juegos funerales en su recuerdo y preparó un gran mausoleo. Por supuesto, el envenenamiento está entre las opciones más posibles, puesto que la corte macedonia había demostrado (y lo seguiría haciendo) la facilidad de recurrir a la muerte de los rivales políticos. No en vano, estudios posteriores, sin ser capaz de descartar la intervención de algún veneno, se inclinan a fue víctima de una fiebre tifoidea.
Alejandro perdía así a su aliado más fiable, quizás el único de sus generales con la personalidad y arrojo requeridos para continuar su legado, y no hacia mucho había extraviado a otro de los grandes pilares de sus conquistas: Parmenión, el veterano general heredado de tiempos de su padre. Después de descubrir que Filotas, hijo de Parmenión, estaba implicado en una conspiración para acabar con su vida, Alejandro ordenó su ejecución. Y aunque Parmenión no estaba enterado de los planes de su hijo, fue también asesinado en el año 330 a.C siguiendo la regla no escrita de matar a todos los parientes varones del culpable. Ciertamente, es probable que solo eliminando al veterano general, que había perdido a su primogénito y único hijo vivo (pues los otros dos habían perecido), podía evitar las represarías de un hombre que controlaba la retaguardia de los ejércitos macedonios.
Sin el consejo de su general más veterano y todavía colérico por la muerte de su amigo Hefestión, Alejandro cayó enfermo el 2 de junio del 323 a. C. durante un banquete en el palacio de Nabucodonosor II de Babilonia. Tras una noche de borrachera, en la que bebió grandes cantidades de vino, la salud del emperador se deterioró en pocos días. Durante casi dos semanas, Alejandro padeció fiebre alta, escalofríos y cansancio generalizado, unido a un fuerte dolor abdominal, náuseas y vómitos. El 13 de junio, cuando le faltaba poco más de un mes para cumplir los 33 años de edad, falleció el dueño de medio planeta sin dejar un heredero.
El enigma: «Al más fuerte» o «A Crátero»
Alejandro no dejó instrucciones escritas sobre su sucesión y, aunque lo hubiera hecho, el poder quedó tan fragmentado entre sus generales que hubiera sido imposible cumplir su voluntad póstuma. Así y todo, las últimas palabras del general a los hombres que se congregaban en su lecho de muerte, entre ellos Pérdica –comandante de la caballería macedonia–, pudieron haber arrojado legitimidad a su sucesor. «¿Cuál es tu testamento? ¿A quién se lo dejas?», a lo que respondió según proclamaron los presentes: «Al más fuerte». Los investigadores, sin embargo, se detienen en que la palabra «Krat'eroi» («al más fuerte») guarda gran similitud con «Krater'oi» («a Crátero»). Esto es posible porque la pronunciación griega difiere sólo por la posición de la sílaba acentuada.
Así, la mayoría de los historiadores afirman que si Alejandro hubiera tenido la intención de elegir a uno de sus generales sin lugar a dudas hubiera elegido a Crátero porque era el comandante de la parte más grande e influyente del ejército, la infantería, porque había demostrado ser un excelente estratega, y porque siempre fue el más cercano al general, solo superado por el ya fallecido Hefestión.
Sin embargo, Crátero no estaba presente en el lecho de muerte y no guardaba ambiciones de ocupar el puesto de Alejandro. No así el resto de generales que, en las siguientes décadas, se repartieron los territorios del imperio en la llamada Guerra de los Diádocos (o los Sucesores). Y aunque Seleuco fue el que más cerca estuvo de conseguirlo, ninguno fue capaz de unir todas las piezas conquistadas por Alejandro. Por el contrario, tres dinastías se perpetuaron en los restos del Imperio macedonio: la fundada por Ptolomeo en Egipto, la que estableció Antígono y su hijo en Grecia, y la que Seleuco sembró en el corazón de Asia hasta su destrucción por los romanos siglos después.
Olimpia ordenó matar a su hijastro. Como réplica, Casandro organizó su asesinato
La madre de Alejandro Magno, que a su vez sería asesinada por influencia de Casandro –el hijo de Antípatro–, buscaba con la muerte de su hijastro despejar el camino al único hijo legítimo del conquistador. Alejandro había muerto sin saber que su esposa Roxana estaba embarazada de un varón, Alejandro IV, cuya tutela fue disputada encarnizadamente por los sucesores. Pese a todos los esfuerzos, Casandro preparó su muerte y el de su madre en 309 a. C. El otro hijo del conquistador, Heracles, resultado de su relación extramatrimonial con Barsine –hija del sátrapa Artabazo II de Frigia– también fue liquidado a manos de un diádoco antes de que alcanzara la mayoría de edad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario