Solemos imaginar a los romanos embarcados en comidas eternas
y pantagruélicas, entregados a una gula sin freno, pero esa estampa corresponde
tal vez a las escenas de algunas películas; más bien los alimentos que
mencionan los autores romanos se encuentran en la línea de la dieta saludable,
por necesidad, por economía y por productos que se cultivan en el Mediterráneo:
pan, aceitunas, verduras, frutas, aceite, vino, frutos secos, gachas…y un poco
de carne de vez en cuando. Los alimentos se almacenaban en grandes tinajas (dolia)
y en ánforas.
Además de hierbas aromáticas, en la cocina romana- al menos
en las clases acomodadas-no faltaba el garum, salsa que se utilizaba como
condimento habitual, elaborada a base de pescado (boquerón, jurel, sardina,
caballa) macerado con sal: se salaban las entrañas y se dejaban fermentar y secar
al sol hasta formar una pasta homogénea y una más líquida que se exportaba en
ánforas a todo el Mediterráneo. La salazón era el medio de conservación más
importante; también el ahumado. El garum más apreciado de todo el Imperio se fabricaba en factorías de Hispania como las de Baelo Claudia, en Cádiz.
Hacían tres comidas al día: ientaculum, por la mañana;
prandium, almuerzo frugal a mediodía; caena, por la tarde. Esta última, entre
las clases altas, era un banquete al que seguía un ceremonial y constaba de
tres platos: gustatio, entrantes habitualmente acompañados por mulsum, vino
endulzado con miel; prima mensa, plato principal; secunda mensa, frutas y
dulces. Luego se iniciaba la commissatio, larga sobremesa en la que se bebía
vino en abundancia; se designaba un arbiter bibendi o rey del banquete, que
decidía sobre la cantidad y el tipo de vino o el entretenimiento (música,
poesía, conversación filosófica…). Los comensales comían estirados en el
triclinium, estancia destinada a comedor en una domus romana en la que se
encontraban los tres lechos o divanes utilizados en los banquetes (convivia).
También hace referencia triclinium a tres
lechos dispuestos alrededor de una mesa baja, normalmente cuadrada, en tres de
sus lados, en forma de U, dejando el cuarto despejado para que se acercaran los
sirvientes a los comensales; estos, recostados sobre su
lado izquierdo, disfrutaban de la comida, cogiendo los alimentos con los dedos y asistidos por
esclavos. Célebres fueron las excentricidades culinarias en los festines de
Nerón o Heliogábalo, emperador del exceso por antonomasia en este terreno,
acostumbrado a mezclar oro, perlas o piedras preciosas entre las viandas.
En contraste con la opulencia de los ricos la gran mayoría
de la población tenía costumbres más frugales, subsistía con los repartos
gratuitos de cereales (annona) o practicaba la mendicidad.
En la actualidad, conservan su vigencia los diez libros
sobre gastronomía de Apicio, De re coquinaria, conocedor y experimentador de la
cocina romana, la tradicional y la más refinada o exótica (lenguas de ruiseñor, pavos rellenos con
tordos vivos, morros de nutria, pezones de cerda). En la novela picaresca de la
que hemos hablado, El Satyricon, de Petronio, sale un personaje, Trimalción, un nuevo rico
que se jacta de su fortuna –tiene varios triclinia- y se complace en ofrecer
banquetes suntuosos a sus invitados encadenando
platos lujosos y sorprendentes.
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