domingo, 24 de mayo de 2015

Comida


 
Solemos imaginar a los romanos embarcados en comidas eternas y pantagruélicas, entregados a una gula sin freno, pero esa estampa corresponde tal vez a las escenas de algunas películas; más bien los alimentos que mencionan los autores romanos se encuentran en la línea de la dieta saludable, por necesidad, por economía y por productos que se cultivan en el Mediterráneo: pan, aceitunas, verduras, frutas, aceite, vino, frutos secos, gachas…y un poco de carne de vez en cuando. Los alimentos se almacenaban en grandes tinajas (dolia) y en ánforas.

Además de hierbas aromáticas, en la cocina romana- al menos en las clases acomodadas-no faltaba el garum, salsa que se utilizaba como condimento habitual, elaborada a base de pescado (boquerón, jurel, sardina, caballa) macerado con sal: se salaban las entrañas y se dejaban fermentar y secar al sol hasta formar una pasta homogénea y una más líquida que se exportaba en ánforas a todo el Mediterráneo. La salazón era el medio de conservación más importante; también el ahumado. El garum más apreciado de todo el Imperio  se fabricaba en factorías de  Hispania como las de Baelo Claudia, en Cádiz.

Hacían tres comidas al día: ientaculum, por la mañana; prandium, almuerzo frugal a mediodía; caena, por la tarde. Esta última, entre las clases altas, era un banquete al que seguía un ceremonial y constaba de tres platos: gustatio, entrantes habitualmente acompañados por mulsum, vino endulzado con miel; prima mensa, plato principal; secunda mensa, frutas y dulces. Luego se iniciaba la commissatio, larga sobremesa en la que se bebía vino en abundancia; se designaba un arbiter bibendi o rey del banquete, que decidía sobre la cantidad y el tipo de vino o el entretenimiento (música, poesía, conversación filosófica…). Los comensales comían estirados en el triclinium, estancia destinada a comedor en una domus romana en la que se encontraban los tres lechos o divanes utilizados en los banquetes (convivia). También hace referencia triclinium  a tres lechos dispuestos alrededor de una mesa baja, normalmente cuadrada, en tres de sus lados, en forma de U, dejando el cuarto despejado para que se acercaran los sirvientes  a  los comensales; estos, recostados sobre su lado izquierdo, disfrutaban de la comida, cogiendo los alimentos con los dedos y asistidos por esclavos. Célebres fueron las excentricidades culinarias en los festines de Nerón o Heliogábalo, emperador del exceso por antonomasia en este terreno, acostumbrado a mezclar oro, perlas o piedras preciosas entre las viandas.
 
 
 
En contraste con la opulencia de los ricos la gran mayoría de la población tenía costumbres más frugales, subsistía con los repartos gratuitos de cereales (annona) o practicaba la mendicidad.
En la actualidad, conservan su vigencia los diez libros sobre gastronomía de Apicio, De re coquinaria, conocedor y experimentador de la cocina romana, la tradicional y la más refinada o exótica  (lenguas de ruiseñor, pavos rellenos con tordos vivos, morros de nutria, pezones de cerda). En la novela picaresca de la que hemos hablado, El Satyricon, de Petronio,  sale un personaje, Trimalción, un nuevo rico que se jacta de su fortuna –tiene varios triclinia- y se complace en ofrecer banquetes suntuosos a sus invitados encadenando  platos  lujosos y sorprendentes.


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