Es un fragmento del libro II de la Eneida, de Virgilio. Tras haber acogido hospitalariamente al troyano Eneas, Dido, la reina de Cartago, le pide que le cuente en detalle cómo fue la destrucción de Troya y el comienzo de su peregrinación en busca de una nueva patria.
La caracterización psicológica de Sinón es la de un traidor perfectamente logrado, prototipo de embustero, refinado en el engaño y el perjurio.
»Y hete aquí que a un joven atado a la espalda de manos
con gran griterío los pastores ante el rey arrastraban
Dardánidas, que, desconocido, a los que lo hallaron
se entregó para urdir todo esto y abrir Troya a los griegos,
confiado de ánimo y para ambas tareas dispuesto,
bien a tramar sus engaños, bien a marchar a una muerte segura.
De todas partes acude con ganas de verle
y compite la juventud troyana en burlarse del preso.
Escucha ahora las trampas de los dánaos y por el crimen de uno
conócelos a todos.
Pues cuando en medio del corro, turbado y sin armas,
se detuvo y miró con sus ojos las tropas de Frigia,
“¡Ay! ¿Qué tierra ahora -dijo-, qué mares me pueden
guardar o qué queda por fin para mí desgraciado,
que no tengo siquiera un lugar con los dánaos y encima
los hostiles Dardánidas mi castigo reclaman con sangre?”
Con este lamento cambió nuestros ánimos
y aplacó nuestros ímpetus todos.
Le pedimos que cuente de qué sangre viene,
y qué lo trae; que nos diga cuál es, prisionero, su confianza.
» “Toda por cierto a ti, rey, te diré la verdad,
pase lo que pase -dijo-, y no negaré que soy de la gente de Argos.
Esto lo primero, y que no, si Fortuna forjó a un Sinón desgraciado,
lo haga también, malvada, vano y mentiroso.
Puede que haya llegado a tus oídos hablando
de Palamedes Belida el nombre y la fama
gloriosa, a quien los pelasgos con trampas
siendo inocente, con falsas pruebas porque vetaba sus guerras,
a la muerte enviaron y hoy le lloran de la luz privado.
Como acompañante suyo y cercano en la sangre mi padre,
al ser pobre, desde el principio de todo aquí a la guerra me envió.
Mientras incólume estaba en el poder y fuerza tenía en las reuniones
de reyes, también nosotros algún nombre y honra
logramos. Luego que la envidia del tramposo Ulises
(no cosas extrañas os cuento) lo arrojó de las riberas del día,
arrastraba afligido mi vida en tinieblas y llanto
y en mi interior me indignaba del inocente amigo la muerte.
Y no callé, loco, y, a poco que el hado quisiera,
si alguna vez regresaba vencedor a Argos, mi patria,
juré que sería su vengador y un odio amargo moví con mis palabras.
De ahí la pendiente primera de mi mal, de ahí siempre Ulises
a aterrarme con nuevos crímenes, de ahí a lanzar voces
ambiguas al pueblo y a buscar a propósito guerra.
Y no paró, así, hasta que auxiliado por Calcante...
pero ¿a qué fin doy vueltas en vano a tanta amargura
o a qué me detengo? Si en una misma fila tenéis a todos los aqueos,
ya habéis escuchado bastante, cumplid ahora mismo el castigo;
que así lo querría el de Ítaca y en mucho os tendrían los Atridas”
»Pero ya ardemos por saber e investigarlas causas,
ignorantes de crímenes tan grandes y de la maña pelasga.
Tembloroso prosigue y habla con pecho fingido:
» “A menudo, abandonando Troya, los dánaos ansiaron
preparar la fuga y agotados dejar una guerra tan larga.
¡Así lo lograran! A menudo en el mar les frenó
la dura tormenta y el Austro frustró su partida.
Y justo cuando ya aquí tejido de tablas de arce
se alzaba el caballo, por todo el cielo restalló la tormenta.
Intrigados enviamos a indagar de Febo el oráculo
a Eurípilo, quien nos trae de su templo estas tristes palabras:
‘Con sangre aplacasteis al viento y matando a una virgen,
dánaos, el día que a estas costas ilíacas vinisteis;
con sangre debéis procurar el retorno y con el sacrificio
de un alma de Argos. En cuanto esta voz llegó a los oídos del pueblo,
se suspendieron los ánimos y un helado temblor recorrió
lo hondo de los huesos, a quién designaban los hados,
a quién pide Apolo.
»En esto el de Ítaca con gran reunión a Calcante
el adivino arrastra al centro; le pide que aclare
cuál sea la voluntad de los dioses. Y muchos ya me cantaban
a mí el crimen cruel del tramposo, y en silencio
veían lo que iba a venir. Diez días calla aquél y escondido
se niega a señalar a nadie con su voz y mandarlo a la muerte.
A la fuerza, por fin, empujado por el de Ítaca con grandes gritos,
rompe de acuerdo con él su silencio y me envía hacia el ara.
Estuvieron todos de acuerdo y, lo que cada cual para sí se temía,
convertido en la ruina de uno solo soportaron.
Y ya había llegado el día nefando. Ya se me habían dispuesto
las harinas saladas y las cintas en torno a mis sienes.
De la muerte escapé, lo confieso, y rompí mis cadenas
y en la oscuridad de la noche me escondí entre la ova
de un lago limoso mientras se hacían a la mar,
si acaso lo hacían. Y no hay ya para mí alguna esperanza
de volver a ver mi antigua patria ni a mis dulces hijos
o a mi padre añorado, a cuantos aquéllos quizá
hagan pagar nuestra huida y expiarán con su muerte mi culpa.
Por eso, por los dioses y los númenes que saben la verdad,
por la fe sin tacha, si es que alguna queda entre los mortales,
te suplico, compadécete de fatigas tan grandes,
compadécete de un corazón que sufre lo que no merece.”
»Por sus lágrimas le salvamos la vida y nos compadecemos encima.
Y Príamo mismo ordena el primero quitarlas esposas
y las apretadas ligaduras y así le dice con palabras de amigo:
“Seas quien seas, olvida desde ahora a los griegos que dejaste
(serás de los nuestros) y dime la verdad, que te pregunto:
¿para qué levantaron esa mole del caballo imponente?
¿Quién lo ideó o qué pretenden? ¿Es algún voto?
¿Es tal vez algún artefacto guerrero? ”
Había dicho. Y aquél en trampas experto y en la maña pelasga
levantó a las estrellas sus palmas libres de cadenas:
“A vosotras, llamas eternas, y a vuestro numen inviolable
por testigos os pongo -dice-,
y también a vosotros, altares y nefandas espadas
de los que pude huir, y cintas de los dioses que llevé al sacrificio:
permitidme romper los sagrados juramentos de los griegos,
permitidme odiar a esos hombres y poner todo en claro,
todo cuanto ocultan. Que ninguna ley de la patria me ata.
Tú sólo mantén tus promesas y si, Troya, te salvas,
respeta tu palabra si te digo verdad, si te entrego cosas importantes.
De los dánaos toda la esperanza y la fe de la guerra emprendida
residió siempre en la ayuda de Palas. Ahora bien,
desde que Ulises el inventor de crímenes y el hijo de Tideo
osaron sacar del templo consagrado el fatal Paladio
dando muerte a los guardianes de la fortaleza escarpada,
robaron la sagrada imagen y con manos de sangre
se atrevieron a mancillar de la diosa las cintas benditas,
desde aquello bajaron las esperanzas de los dánaos,
quebradas sus fuerzas, vuelta de espaldas la voluntad de la diosa.
Y con prodigios no dudosos dio señas de eso Tritonia.
Apenas colocaron la estatua en el campo: llamas brillantes
ardieron en sus ojos encendidos y un salado sudor
cayó de sus miembros y tres veces sola se alzó
(asombra decirlo) del suelo con su escudo y la lanza agitando.
Se apresura Calcante a decir que probemos la huida por mar
y que no puede Pérgamo abrirse alas flechas argólicas
si no buscan de nuevo augurios en Argos y otra vez traen
con el mar y las curvas naves el numen que un día trajeron.
Y ahora que con el viento han buscado la patria Micenas,
armas y dioses tratan de ganarse y llegarán de improviso,
surcando el mar de nuevo; así ve el futuro Calcante.
Advertidos levantaron esta estatua por el numen herido,
por el Paladio, para expiar el crimen funesto.
Y mandó Calcante construir inmensa esta mole
y tejiendo sus tablas levantarla hasta el cielo,
para que entrar no pudiera por las puertas ni cruzar las murallas,
ni proteger a vuestro pueblo bajo su antiguo poder.
Pues si vuestra mano violase el don de Minerva,
una gran maldición sobre el reino de Príamo
y sobre los frigios caería (los dioses la vuelvan antes contra ellos).
Si al contrario por vuestras manos subiera hasta vuestra ciudad,
Asia caería en guerra terrible sobre las murallas de Pélope,
y ésa sería la suerte reservada a nuestros nietos.”
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