miércoles, 18 de noviembre de 2015

Latín vivo


Seguro que, a priori, muy poca gente levantaría la mano motu proprio ante la pregunta de si alguien sabe latín. Pero, de facto, todo quisqui utiliza el latín a diario, sin darse cuenta. No es ningún rara avis ni ningún esnob quien en sus conversaciones habituales menciona palabras y locuciones latinas como spa, referéndum, ultimátum, álbum, campus, júnior, currículum vitae, dúplex, sui generis, tiquismiquis o, incluso, etcétera. La lista podría seguir ad infinítum y se podría alargar in sécula seculórum. Pero seguro que, a no ser que se quede in albis, no necesita ayuda ni de su alter ego ni del sursuncorda para entender todas y cada una de las palabras que acaba de leer en estas líneas. Aunque sea, en realidad, un totum revolutum de latín y castellano, y usted no haya estudiado mucho más latín que aquel ya lejano rosa, rosae.
Pues eso, que sin ser doctores honoris causa ni haber sacado notas cum laude, todos sabemos, o por lo menos manejamos con cierta soltura, el latín. Esa lengua tan antigua que, sin embargo, aún respira entre nosotros. Tanto el lenguaje culto como el popular contienen una gran cantidad de latinismos. Algunos han mantenido su significado original, como el famoso carpe diem (aprovecha el día o el momento) y otros han recibido nuevas connotaciones, como en el caso de versus. Originalmente quiere decir hacia en latín, pero los ingleses le dieron el significado de contrariedad, y lo hemos recibido con su nueva connotación de la mano del inglés.
“Es precisamente el inglés, una lengua no romance, la que más latinismos incorpora a su lenguaje y que por la influencia que ha tenido en el resto de lenguas ha transmitido muchos latinismos a las lenguas romances”, explica Emilio del Río Sanz, doctor en Filología clásica y profesor de la Universidad de La Rioja. Del inglés hemos recibido latinajos como máster (de magister), esnob (de sine nobilitate, sin nobleza), currículum vitae o ítem (del mismo modo). El profesor Del Río es un gran defensor de darle más importancia al latín en la enseñanza, y pone como ejemplo y referencia la educación inglesa y, especialmente, la alemana donde se estudian hasta cinco años de latín antes de llegar a la universidad. “No pretendo que sean cinco años en España, pero por lo menos uno o dos”, reivindica.
Del Río subraya que saber latín es un elemento básico de conocimiento para nuestras propias lenguas y nuestra cultura, que hunde sus raíces en el mundo latino. Con un mayor dominio de la antigua lengua de los romanos se nos abriría todo un mundo de curiosidades: sabríamos, por ejemplo, que la palabra salario viene de sal, porque en el mundo romano se pagaba el sueldo con sal, o que el saludo vasco agur proviene de augurium. Pero, sobre todo, utilizaríamos y pronunciaríamos mejor los latinismos, tal y como defiende Leonardo Gómez Torrego, doctor en Filología románica y miembro del consejo asesor de la Fundeu. “La persona que presume de culta con cierta frecuencia acude a los latinismos, pero hay otros que se usan popularmente y no se saben ni que provienen del latín como todo quisqui o el quid de la cuestión”, comenta. Según él, en muchas ocasiones se usan mal por desconocimiento del latín, y los errores suelen ser tanto de pronunciación como de estructura. Los castellanizamos de forma incorrecta: a grosso modo en lugar de grosso modo, motu propio en lugar de motu proprio, etcétera.
En realidad, las reglas son sencillas. Según la RAE, los latinismos de una sola palabra se castellanizan y se les añaden los acentos pertinentes (álbum, referéndum). Las locuciones (in vitro, eccehomo), sin embargo, se mantienen en latín y a veces se deben escribir en cursiva. A Gómez Torrego le parece curioso que se sigan manteniendo tantos latinismos ahora que muy poca gente estudia latín. De hecho, teme que en el futuro queden algunas frases hechas pero que con el tiempo vayan desapareciendo, porque según él, el latín ya no es importante para las autoridades en este país. “¿Quién dice hoy en día excusatio non petita, accusatio manifesta (excusa no pedida, acusación manifiesta) u homo homini lupus (el hombre es el lobo del hombre)? Antes decíamos esas expresiones con toda normalidad, pero la gente ya no domina tanto el latín, y si emplea latinismos en ocasiones las emplea desfiguradas”.
El profesor Del Río no cree que se pierdan muchos latinismos, porque los ve ya muy incorporados al sistema lingüístico. Lo que más le preocupa, e insiste una y otra vez en ello, es la falta de presencia del latín en las escuelas e institutos. Y para explicar su importancia como base para aprender otras muchas cosas, cuenta que todos los totalitarismos han perseguido y eliminado el latín, para privar de conocimiento a la población. “Menos latín y más deporte. Porque, ¿para qué sirve el latín?, dijo en una ocasión el ministro franquista José Solís Ruíz, que era natural de Cabra (Córdoba)”, recuerda Del Río. Alfonso Muñoz Molina, Catedrático de la Universidad Complutense y también parlamentario de las cortes franquistas le respondió con esta frase: “Por de pronto, señor ministro, sirve para que a los de Cabra les llamen egabrenses y no otra cosa”.
Aún hoy seguimos con más deporte que latín, pero nos rodean muchos más latinismos de los que pensamos, ya que ha sido una de las lenguas de referencia de la ciencia y la literatura por lo menos hasta el siglo XVIII, y de la iglesia hasta hace no muchas décadas. Por ello, cuando discutimos sobre economía hablamos con naturalidad del déficit, del superávit o de la renta per cápita. Cuando hablamos de salud mencionamos el spa (que viene, según algunas opiniones, de salute per aquam), de la fecundación in vitro, de la enfermedad de lupus (lobo), del delirium tremens o del famoso mens sana in corpore sano. Los abogados siguen utilizando términos como hábeas corpus, in dubio pro reo o de iure. En cuestiones de arte y música hablamos de la ópera prima de un autor, de escuchar un réquiem (literalmente descanso, porque se refiere a la música para difuntos), comentamos que la melodía va in crescendo o pedimos un bis en un concierto. Todos conocemos, además, organizaciones y empresas con nombre tan latinos como Cáritas, Sanitas, Secúritas Direct o Legálitas.
Y para más inri, tenemos los latinajos adquiridos mediante la Iglesia católica. La lista es muy larga, aunque el profesor Del Río defiende que la Iglesia no ha sido la mayor influencia a la hora de transmitir esta lengua. “Asimilar el latín a la Iglesia es reducirlo demasiado”, asevera. Pero la verdad es que nos ha dejado muchas expresiones: “Vienes hecho un eccehomo”, “estás hecho un adefesio” (de ad Ephesios, perteneciente a los efesios, un pueblo de la antigüedad al que san Pablo escribió unas cartas en la Biblia), “un funeral córpore insepulto (de cuerpo presente) o la bendición urbi et orbi (a la ciudad, Roma, y al mundo) del Papa. De hecho, se dio misa en latín hasta el concilio Vaticano II (1962-1965), en el que se decidió utilizar las lenguas de cada país. Tal fue el revuelo que el cardenal Antonio Bacci, del ala más conservadora, escribió en 1963 un diccionario para traducir los términos más modernos al latín y así poder mantener la antigua costumbre. Pero el papa Pablo VI no le hizo caso. Estas fueron algunas de las propuestas de Bacci: salivaria gummis (chicle), absurda symphonia (jazz), homo machina (robot) o follius pedunque ludus (fútbol).
A día de hoy, el único Estado del mundo en el que el latín es lengua oficial es el Vaticano, aunque en la práctica trabajan en italiano y francés, y después traducen los documentos a la lengua oficial. Con todo, los papas han llevado el latín hasta la cúspide de la modernidad. Benedicto XVI fue el primero en abrir una cuenta en Twitter, lo hizo en muchas lenguas, entre ellas en latín. Lo mismo ha hecho el papa Francisco, y su cuenta en latín tiene más de 260.000 seguidores. Así reza la descripción de su perfil: “Tuus adventus in paginam publicam papae Francisci breviloquentis optatissimus est “(Los muy esperados dichos breves del papa Francisco, que llegan para tí en una página pública). De ahí se podría deducir que Twitter se podría traducir como breviloquentor. Pero no es así, la traducción literal seria pipiatio, tal y como aclara el profesor Del Río.
Aunque no sólo los habitantes del Vaticano saben hablar latín. En todo el mundo y en varias ciudades de España existen círculos latinos en los que la gente se reúne para leer y hablar latín. Javier Ortiz, profesor de latín, es uno de ellos, puesto que es miembro del Circulus Latinus Barcinonensis. “Nuestro reto era llegar a la literatura clásica por el mero placer de leerla en su lengua original. Y muchos hemos llegado al latín vivo por esa vía”, comenta. Reivindican y utilizan formas más modernas y atractivas para estudiar latín como el método orberg (Culturaclasica.com/lingualatina/index.htm), y además de leerlo hablan de cualquier tema en esa lengua. “En latín hablamos poco sobre internet —reconoce Ortiz—, pero se puede. Para pendrive, yo propuse ferula electronica, porque Prometeo llevaba el fuego en la férula y me parecía que, como llevamos tanta información en el pendrive, la palabra férula podría servir”. Este tipo de neologismos latinos se pueden encontrar en el diccionario del Vaticano, pero también en el diccionario Galego-latino editado por la Xunta de Galicia en el año 2010. Ahí podemos toparnos con palabras como electrogramma (correo electrónico), folliludium mensale (futbolín) o pasta vermiculata (spaghetti).
También existen revistas de actualidad on line en latín como Ephemeris (Alcuinus.net/ephemeris/), y en la red se pueden ver conferencias enteras en latín. Uno de los conferenciantes que con mayor fluidez lo habla es el italiano Luigi Miraglia, y hay varios vídeos suyos en Youtube. Pero tranquilos que el quid de la cuestión no es saber hablarlo, sino ser conscientes de los latinismos que nos rodean. Es peccata minuta no dominar dicha lengua, pero se sigue diciendo que quien sabe mucho sabe latín. Por algo será. Sapere aude, como dirían los romanos: atrévete a saber.
 

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