Artículo sobre los peligros de los excesos en el uso de aparatos tecnólógicos. El País, 18.05.2013.
Antes de que comenzara el proceso familiar de abstinencia digital, Sussy hacía los deberes con nueve ventanas de chat abiertas en su ordenador, mientras contentaba SMS y veía la tele. Lo confiesa su madre,
Susan Maushart, socióloga en la universidad de Nueva York.
Preocupada por esta sobredosis tecnológica, un día decidió eliminar de su hogar los cuatro ordenadores, la consola de videojuegos, los cuatro móviles, los iPod y las dos televisiones que hasta ese momento absorbían la vida de sus vástagos y la suya propia.
La familia Maushart, en plena improvisación musical.
Paul Miller también estaba enganchado. Conectado "día y noche" a la Red, el periodista imitó a los Maushart y se unió voluntariamente al apagón digital.
Optó por desconectarse durante todo un año de la droga que le tenía absorbido y que sentía que le estaba "corrompiendo el alma", según ha relatado él mismo.
Susan y los suyos pasaron seis meses de abstinencia tecnológica. Paul, el doble. A los Maushart el experimento les salió bien. Dice la cabeza del clan que ahora
la familia está más unida y aprovecha mejor el tiempo. A Miller la prueba le salió medio rana y cuando acabó el periodo de privación decidió volver a conectarse.
Las dos experiencias abren el debate de si vivimos demasiado apegados a Internet, más cerca de lo virtual que de lo real. ¿Somos capaces de volver al punto cero, ese en el que la Red era una quimera? Ambos experimentos revelan la cara y la cruz de esta regresión tecnológica: Susan quería lograr una desconexión total y ver sus efectos en ella misma y en sus hijos. Su cura de desintoxicación la ha contado en el libro Pause, editado ahora en Francia. Miller volcó sus vivencias en el medio americano The Verge.
Quítame el pan, pero no Internet
"Lo que nos pides no es justo. Nos impones tu voluntad". Apasionante para su promotora, el plan de purificación de Susan no gustó a Anni, 18 años; Bill, 15; y Sussy, de 14. "Hubieran preferido que les prohibiera comer, beber o que les obligara a lavarse el pelo", dice la madre. Quítame el pan, pero no Internet. En su relato la socióloga americana narra el antes y el después del proceso de desintoxicación. La familia padecía auténtica dependencia tecnológica.
Sus hijos, dice, podían pasar una media de siete horas diarias inmersos en el mundo virtual en sus diversas formas (Internet, smartphone, videoconsolas...).
Explica que cuando salía del trabajo se encontraba con decenas de llamadas y SMS de sus vástagos. No eran mensajes de urgencia, sino banalidades del tipo:
"Mamá, no hay nada para cenar ¿qué como?" o "¡Mi hermano me ha pegado!". "No somos conscientes de hasta qué punto los teléfonos móviles aumentan la dependencia de los hijos de sus padres", dice.
Tras comenzar su régimen digital, Paul Miller empezó a sentirse mejor, más liberado, comenzó una novela, hacía deporte y devoraba novelas
Este exceso comunicativo se esfumaba cuando el clan se sentaba a la mesa. Todos más pendientes de algún aparato que del plato o del interlocutor,
la interacción familiar era deficiente. La virtual, sin embargo, rozaba lo patológico. Explica Maushart que un día descubrió a una de sus hijas haciendo los deberes con siete ventanas de chat abiertas en el ordenador y mientras veía una serie descargada ilegalmente.
Miller también era un esclavo de la Red. Confiesa que estaba conectado día y noche, hasta el punto de que empezó a pensar que Internet lo estaba alejando de lo esencial. Se planteó que "
podía ser un estado antinatural para los humanos". "Tenía 26 años y quería un descanso de la vida moderna", dice.
Creía que la vida real le esperaba al otro lado de la virtual y se sometió al régimen digital. Su plan en origen prometía: "Quería leer libros, escribir y descansar". Según ha relatado en The Verger, poco a poco empezó a sentirse mejor, más liberado, comenzó una novela, hacía deporte y devoraba novelas. Hasta lloró viendo Los Miserables. "Eso me hizo pensar, al principio, que mi hipótesis era real", dice.
En casa de los Maushart los efectos de la desconexión también comenzaban a dar sus frutos: una de las hijas de Susan mejoró sus notas. Otra retomó sus estudios de piano y la tercera le cogió afición a la cocina y hasta escribió un libro. Incapaz de leer más de dos minutos seguidos, "lo hacía durante horas.
Su capacidad de atención se había desarrollado de manera espectacular", narra la madre en el libro.
Durante el proceso las conversaciones de familia empezaron a ser más largas y profundas, esta vez cara a cara, sin SMS de por medio. La palabra real le ganó la batalla a la letra, el diálogo a la abreviatura sobre pantalla. La socióloga acompaña su divertido relato de explicaciones sobre las consecuencias de esta sobredosis digital en el comportamiento humano y en el desarrollo de la personalidad.
"Mis hijos han salido de esa fase de 'cogitus interruptus' en la que estaban y ahora sus razonamientos son más lógicos, están más centrados y son capaces de mantener conversaciones largas mientras que antes, por chat, éstas eran confusas, superficiales e incoherentes", escribe.
La familia salió del modo "multitarea" en el que se hallaba por culpa de los aparatos. "Los individuos que hacen varias cosas a la vez mezclan las informaciones. Me he dado cuenta de que antes no hacía más que saltar de una cosa a otra y no podía lograr un pensamiento fluido", dice.
¿y una doble vida?
El experimento revolucionó la vida familiar de los Maushart. Relata la madre que ahora todos son más empáticos y han desarrollado ciertas aptitudes sociales antes olvidadas.
"Estamos más cerca los unos de los otros", reconoce una de sus hijas, la que seis meses antes prefirió el ayuno antes que la desconexión.
En casa de Paul Miller el día a día al margen de Internet no tenía el mismo color. Aunque el joven reconoce los beneficios del experimento, confiesa que empezaba a aburrirse, a sentirse solo. Los procesos que la red simplifica –búsquedas de información, envío de mensajes- se le hacían cuesta arriba. Se dio cuenta de que le faltaba algo.
"El Paul real y el mundo real están inseparablemente conectados a Internet. Mi vida no era del todo de verdad", explica.
Decidió reengancharse aunque aprendiendo de lo vivido. Ahora lleva una "existencia mixta" en la que conviven la novela y el blog, una charla entre amigos y el chat, el teléfono móvil y salir a correr o a montar en bicicleta.
¿Por qué renunciar a la vida real o a la virtual cuando se pueden tener ambas?