viernes, 1 de mayo de 2020

Los galos, un hueso duro de roer


Los galos, un hueso duro de roer para Julio César


Procedentes del este europeo, los celtas que se asentaron en lo que hoy es Francia llegaron a representar una seria amenaza para la integridad romana

Vercingetórix: el enemigo de César

Los galos, un hueso duro de roer para Julio César

Vercingetórix arroja sus armas a los pies de César. Lionel Noel Toyer


Julio César estaba rutilante. Sobre una cuadriga dorada repartía amplias sonrisas a la enfervorecida multitud que lo aclamaba, y que desde lo más temprano de la mañana llenaba las calles de Roma por las que transcurriría su desfile triunfal. Poco le importaba que tras él, como mandaba la tradición, un esclavo fuera repitiendo que solo era un hombre, un simple mortal, y que no debía ensoberbecerse con la victoria.
Ante sus ojos, en una plataforma tirada por sus fieles legionarios, se hallaban encadenados sus otrora enemigos, el jefe arverno Vercingétorix y sus capitostes, quienes, al llegar a la Vía Sacra del Foro, serían apartados del cortejo para ser ritualmente sacrificados.

Los galos perdían su independencia para incorporarse a la ya larga lista de pueblos que vivían bajo el yugo romano

La campaña de las Galias había sido dura y peligrosa, pero con su triunfo César había conseguido el necesario trampolín con que hacerse dueño de Roma, que era tanto como decir del mundo. Había valido la pena.

Los pensamientos del circunspecto Vercingétorix iban por otros derroteros. Parecía no afectarle que su final se hallara tan cerca. Era un guerrero y estaba habituado a lidiar con la muerte. Lo que le entristecía era que, con su derrota, los galos perdían su tan amada independencia para incorporarse a la ya larga lista de pueblos que vivían bajo el yugo romano.
Esta es la historia de los galos, que a punto habían estado de truncar la vida y la carrera del más famoso político y militar romano.
Celtas, gálatas y galos
El origen lejano de los celtas ha de buscarse en dos culturas de la Edad del Bronce cuyos vestigios aparecen diseminados por gran parte de Europa: la de los Túmulos y la de los Campos de urnas, entendidas ambas como protoceltas. Lo impreciso del término ha llevado a considerar a su heredera de la Edad del Hierro, la Cultura de Hallstatt, como la primera propiamente celta, en cuyo seno se desarrollaron a partir del siglo IX a. C. los rasgos materiales y culturales que definirían a esta civilización.

 'Galos en Roma', ilustración del francés Alphonse de Neuville (1836-1885)


Galos en Roma, Alphonse de Neuville

Pero su momento álgido llegaría en el siglo V a. C. con su sucesora, la Cultura de La Tène, con la que el celtismo asistió a su período de mayor fecundidad. Se expandió por casi toda Europa, aunque su incapacidad para constituir un frente unido ante sus nuevos y agresivos vecinos, fueran germanos o romanos, condicionaría su propia independencia.
Hasta aquí se ha hablado solo de celtas, porque así es como aparecen en las fuentes griegas (keltoi, keltai). Sin embargo, los romanos, aun aceptando este nombre, utilizaron también el de galos, emparentado con el de gálatas, que se refería a los grupos celtas que se instalaron en Anatolia durante el siglo III a. C.
Con el tiempo, el uso del término galos se extendió, y acabó designando una realidad mucho más concreta. La referida a los pueblos celtas que, según la geografía romana, habitaban en las dos Galias: la Cisalpina y la Transalpina.
El avance galo
Entre finales del siglo V y principios del IV a. C., al mismo tiempo que se expandían por la Galia Transalpina, pueblos de origen celta como los insubres, los boios y los senones cruzaron los Alpes y se asentaron en la llanura del Po, presionando a las ciudades etruscas. Una de estas, Clusium, pidió ayuda a su otrora enemiga Roma , que envió una embajada para parlamentar con los senones.

Los galos utilizaron pesos trucados en la balanza para medir el oro tras el que levantar el asedio a Roma

Una serie de malentendidos hizo que los senones avanzaran a lo largo de los Apeninos hasta encontrarse frente a las legiones romanas en el río Allia, cerca de Fidenae. Ante el feroz empuje de los galos, los romanos rompieron filas y huyeron en desbandada. En una de las páginas más deshonrosas de su historia, dejaron expedito el camino hacia la propia Roma, ocasión que los senones no desaprovecharon.
Los habitantes de la ciudad se atrincheraron en la fortaleza del Campidoglio. Pero la situación se eternizó, incluso para los senones. Cuando ya no quedaba nada por expoliar, su jefe, Brenno, exigió una importante cantidad de oro para levantar el asedio, a lo que accedieron los exhaustos romanos.
Cuenta la tradición que los galos utilizaron pesos trucados en la medida, y que, ante la queja de los representantes romanos, Brenno lanzó su espada sobre el platillo desequilibrando la balanza a su favor, al tiempo que exclamaba una frase que ha hecho historia: “Vae Victis!” (“¡Ay de los vencidos!”).
La retirada de los senones no comportó el fin de la presión gala. Los siguientes decenios vieron nuevas incursiones de distintas tribus de ambos lados de los Alpes, dispuestas a aliarse con los enemigos de Roma, ya fueran estos samnitas o etruscos, y que en más de una ocasión hicieron estragos entre las legiones.

El Senado, consciente del peligro que aquellos celtas representaban, inició un lento pero firme proceso de conquista y consolidación de la zona norte de Italia. Los triunfos de Telamón o Clastidium y las fundaciones de Placentia o Bononia fueron sus más importantes hitos.

Busto de mármol de Julio César que hoy se exhibe en Turín.


Busto de Julio César en Turín

Las victoriosas campañas del cartaginés Aníbal durante la segunda guerra púnica, en cuyas huestes figuraron numerosos galos, no significaron sino un momentáneo intermedio en un proceso con previsible final, que llegó a principios del siglo II a. C., cuando las últimas tribus independientes cruzaron los Alpes en dirección al norte.
Pero Roma no abandonó su interés por esos pueblos. Al contrario, puesto que ahora la Galia, con mayúscula, se había convertido en apetecible presa de su afán expansionista.
Su primer paso consistió en la conquista de la franja territorial que unía a Italia con Hispania, con el fin de establecer un puente terrestre entre ambas, y culminó con la creación de una nueva provincia, la Galia Narbonense. Habría que esperar más de medio siglo para que, no Roma, sino uno de sus ambiciosos políticos, conquistara la totalidad del territorio galo. Se trataba de Julio César.
Un nuevo árbitro
Tras finalizar su período consular, César fue nombrado procónsul con la misión de gobernar la Galia Cisalpina y el Ilírico, a la que se uniría después la Galia Transalpina. Ello le ofrecía una doble ventaja: alejarse de sus enemigos en Roma y obtener un instrumento con que lograr gloria militar y poder económico, dos bazas fundamentales para proseguir su carrera política.

La rebelión se había extendido por toda la Galia, dirigida por el caudillo arverno Vercingetórix

Pero la situación de la Galia era cualquier cosa menos tranquila. Eduos, arvernos y secuanos pugnaban por su control, y mientras los primeros contaban con el apoyo de Roma, los últimos buscaron ayuda más allá del Rin. La encontraron en los suevos, con cuya colaboración vencieron a los eduos y rompieron un aparente equilibrio. La llegada de los helvecios desde la actual Suiza, presionados por los germanos, acabó de complicar las cosas.
César se decidió a actuar. Tras vencer a los helvecios en Bibracte, derrotó a los germanos en Vesontio, lo que le convirtió en árbitro de la política gala. Dividiendo a los pueblos galos y derrotándolos individualmente, Julio César fue haciéndose con el control del país, aplastando sin piedad la resistencia de belgas, vénetos y aquitanos y aventurándose hacia nuevos espacios geográficos, como testifican las dos expediciones a Britania o el repetido cruce del Rin.
Aun así, el control de la Galia no era completo, y la arrogante política romana no hacía sino aumentar el número de potenciales enemigos. Ocurrió con los eburones, que vencieron a los legados de César. Fueron derrotados pronto, pero mostraron a las demás tribus que las legiones no eran invencibles.
Llegado un punto, la rebelión se había extendido por toda la Galia, dirigida por el caudillo arverno Vercingétorix. Este, consciente de lo alejados que los romanos estaban de sus bases y de sus dificultades de abastecimiento, practicó una táctica de tierra quemada que estuvo a punto de darle la victoria, pero a costa de destruir sus propios pueblos y cosechas.

Como era habitual, la respuesta de César fue contundente. Tras tomar Avaricum, puso sitio a Gergovia, capital de los arvernos.

 Estatua ecuestre de Vercingétorix en la ciudad francesa de Clermont-Ferrand.


Estatua ecuestre de Vercingétorix en la ciudad francesa de Clermont-Ferrand


Sin embargo, no logró tomarla, lo que animó a las tribus galas indecisas, entre las que se hallaban los eduos, a sumarse a la sublevación. Reunidos en Bibracte, los jefes galos reafirmaron a Vercingétorix, aunque, en contra de su opinión, le empujaron a presentar batalla en campo abierto. El enfrentamiento tuvo lugar cerca de Alesia, donde la caballería germana aliada de César destrozó a los galos.
Los supervivientes, entre los que se hallaba su jefe, se refugiaron en la propia ciudad, que pronto fue sitiada por los romanos con una doble muralla: una interior de 15 km, que la circunvalaba, y otra exterior de 20, que le impedía recibir refuerzos. De poco sirvieron los intentos tanto interiores como exteriores de romper el cerco. Una y otra vez, el ímpetu de los galos se estrelló contra la mejor organización romana.
Finalmente, viendo la suerte echada y queriendo evitar el exterminio de su gente, Vercingétorix, vestido con sus mejores galas, se rindió a Julio César en un triste día de otoño de 52 a. C. Y aunque ello no comportó el fin de las revueltas galas, sí significó que las posibilidades de victoria se habían agotado. 

2 comentarios:

  1. Julio César gozó de su triunfo frente a los galos, donde Vercingétorix luchaba por mantener a los suyos lejos del yugo romano.
    La cultura celta comenzó a desarrollarse en el siglo IX a.C., y su mejor momemento llega con la Cultura de La Tène. Se designó más tarde como galos, al conjunto de celtas y gálatas establecidos en Anatolia y Las Galias. Los pueblos celtas se establecieron en el río Po, donde los romanos huyeron de ellos. Tras un periodo de tensión, nuevas tribus se aliaron con los galos para luchar contra Roma. Pero los romanos comenzaron un lento pero eficaz proceso de conquista en los asentamientos galos, momento en el que Julio César lograría el nombre de procónsul, y la gloria militar y económica. En el lado opuesto se encontraba Vercingétorix, que luchó con numerosas tácticas que casi le dieron la victoria,Presionado por los galos, su líder se enfrentó contra César en el campo de batalla resultando perdedor. Los galos nunca desistieron pero la organización romana siempre resultó más fuerte, por lo que Vercingétorix se rindió ante Julio César.

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  2. Julio César repartía sonrisas a la enfervorecida multitud que lo aclamaba.La campaña de las Galias había sido dura y peligrosa,pero César había conseguido hacerse dueño de Roma.
    Vercingétorix estaba cerca de morir,y le entristecía que los galos perdieran su independencia.También hubo otras civilizaciones como los celtas y los galapas.Brenno, exigió una importante cantidad de oro para levantar el asedio y los romanos cedieron exhaustos.Los galos utilizaron pesos trucados en la medida, y Brenno lanzó su espada sobre el platillo al tiempo que exclamaba una frase que ha hecho historia: “Vae Victis!” (“¡Ay de los vencidos!”)El Senado, consciente del peligro que aquellos celtas representaban, inició un lento pero firme proceso de conquista y consolidación. Roma conquistó la franja territorial que unía a Italia con Hispania.Julio César fue haciéndose con el control del país.Vercingétorix,practicó una táctica de tierra quemada.Vercingétorix, se rindió a Julio César en el 52 a. C.

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