sábado, 28 de octubre de 2017

Heródoto

 
Homero, el autor de la Ilíada y la Odisea, comienza sus poemas invocando a la "Musa divina" como inspiradora de su obra; Heródoto, en cambio, pone su nombre propio en la primera línea de su relato, escrito no en verso, sino en prosa. Esa firma personal sirve como garantía de la veracidad de su testimonio y de su narración, como harán otros dos cronistas, Tucídides y Jenofonte.
En ese inicio encontramos también la palabra que denominará para siempre a este nuevo género de escritura: historia. El relato que presenta Heródoto es el resultado de su investigación personal (apodexis historíes). Enseguida nos advierte de que no pretende contar mitos de los dioses y héroes antiguos, sino "los hechos de los hombres". Pero hay algo en su gran proyecto narrativo en lo que coincide con los poetas épicos: escribe para salvar del olvido el recuerdo de gestas admirables. Conviene fijarse bien en las líneas iniciales de ese relato histórico pionero, tan extenso y de largo aliento, que esboza su programa de clara novedad: "Ésta es la exposición de la investigación de Heródoto de Halicarnaso, a fin de evitar que, con el tiempo, caigan en el olvido los hechos de los hombres y que las gestas importantes y admirables realizadas tanto por griegos como por bárbaros, y de manera particular el motivo por el que lucharon unos contra otros, queden sin gloria".
Heródoto quería explicar las causas de la gran confrontación que conocemos con el nombre de guerras médicas
En este prólogo, escrito sin duda al concluir su extensa obra, subraya un doble objetivo: referir las grandes gestas tanto de griegos como de no griegos –bárbaros– y, en segundo lugar, explicar las causas de la tremenda guerra entre unos y otros, la gran confrontación que conocemos con el nombre de guerras médicas (492-478 a.C.). En el texto de Heródoto, la palabra bárbaros no tiene ningún matiz despectivo, como sí tendrá posteriormente en Tucídides y otros autores clásicos. Heródoto admira el mundo abigarrado de "los bárbaros", sus hazañas y los grandiosos monumentos que erigieron.

Un hombre cosmopolita



Heródoto vivió aproximadamente entre los años 485 y 425 a.C. Es, por tanto, coetáneo del sofista Protágoras y del poeta trágico Sófocles. Consiguió gran renombre durante su visita a Atenas  hacia 441 a.C. Allí fue invitado a leer con gran éxito algunos capítulos de su obra y recibió un premio importante por ello, un pago a sus elogios de la heroica lucha de los griegos, sobre todo de los atenienses, en defensa de la libertad.
Nacido en la ciudad jonia de Halicarnaso, de donde fue desterrado, pasó largo tiempo en la isla de Samos y luego se dedicó a viajar. Fue en Jonia donde surgieron los primeros filósofos, en ciudades como Mileto o Éfeso, urbes comerciales y abiertas al mar, siempre bajo la amenaza del vecino Imperio persa. Allí forjó Heródoto su carácter y su ánimo intrépido de amante de los viajes, curioso y tolerante, y tomó nota de las noticias frescas de lo que veía y lo que le contaban, como un buen reportero avant la lettre; no en vano, Ryszard Kapuscinski, uno de los mejores periodistas del siglo XX, lo vio como un guía ejemplar para viajeros a tierras lejanas en su libro Viajes con Heródoto.

La actual división de su larga obra Historia en nueve libros procede, seguramente, de los filólogos alejandrinos. Heródoto habla de lógoi, algo así como "tratados", cada uno con temática propia, reunidos en ese conjunto final. En el libro primero de su Historia, Heródoto trata del reino de Lidia, del fastuoso rey Creso y sus enormes riquezas, y de la conquista de este territorio por el rey persa Ciro. En el segundo libro nos habla de Egipto y sus maravillas. El tercero comienza con la conquista del país del Nilo por el persa Cambises y vuelve a las historias de Persia. El cuarto libro abarca dos lógoi: uno sobre Escitia (región situada en Asia Central) y otro sobre Libia.
Los libros siguientes relatan el conflicto bélico entre griegos y persas, episodio tras episodio. En el quinto enfoca las intrigas de los persas en Macedonia y los conflictos de las ciudades griegas, con noticias sobre las políticas de Esparta y Atenas. Los siguientes libros cuentan las dos guerras médicas: en el sexto, la expedición de Darío, que concluye con la victoria griega en Maratón; el séptimo evoca con intenso dramatismo las batallas decisivas, las de Termópilas y Maratón; en el libro octavo, la de Salamina, y en el noveno narra la de Platea. Todas ellas sellan la merecida victoria final de los griegos.

El primer reportero

Heródoto reúne noticias muy variadas de sus viajes y experiencias. No se basa para ello en textos escritos, no usa viejos archivos, sino que cuenta lo que ha visto y oído en sus largos viajes y, ya en la segunda parte, nos describe y comenta, como nadie antes, la guerra que decidió la libertad de Grecia, con especial referencia a la democrática Atenas. No sólo es el "padre de la historia", como lo definió Cicerón, sino también de la geografía e incluso de la antropología cultural. Nos ofrece una visión personal de su mundo, que exploró con enorme agudeza escuchando a informadores de distintos países a lo largo de sus itinerarios. Sus instrumentos fueron la mirada curiosa (ópsis), el escuchar a fondo (akoé) y la reflexión crítica sobre los datos recogidos (gnóme).
No sólo es el "padre de la historia", como lo definió Cicerón, sino también de la geografía e incluso de la antropología cultural
Los primeros libros de su Historia atestiguan esa faceta de viajero excepcional. Visitó Egipto, recorriendo el valle de Nilo hasta la primera catarata en Elefantina (Asuán), donde acababa el Egipto antiguo, a unos mil kilómetros del mar. También visitó Mesopotamia y nos ha dejado una descripción de la famosa Babilonia y las comarcas cercanas; tal vez llegara hasta Susa. Hacia el norte, visitó las colonias griegas a orillas del mar Negro, y más allá se internó en las praderas pobladas por los errabundos escitas, en la estepa ucraniana, hasta llegar cerca de la actual Kíev. Recorrió también el norte de África, pasando por la Cirenaica y la costa de la actual Libia. Recaló un tiempo en las ciudades griegas del sur de Italia y colaboró en la fundación de la colonia de Turios. Podemos suponer que deambuló por toda Grecia y visitó muchas islas del Egeo.
Nos habría gustado saber más de las andanzas del intrépido viajero. ¿Cómo viajaba? ¿En solitario y con mínima impedimenta? ¿A caballo? ¿Cómo pagaba sus gastos y dónde se albergaba? ¿Registraba sus encuentros e impresiones en apuntes en rollos de papiro? Algunas regiones que Heródoto recorrió estaban colonizadas por griegos –como la costa del mar Negro o el sur de Italia–. También en la costa norte de Egipto había comerciantes griegos, y en Persia, tal vez algunos mercenarios. Pero ¿y en la estepa escita, cuando remontó el río Dniéper viajando entre tribus bárbaras, o en el Alto Egipto? Por otra parte, parece que sólo conocía el griego (como era natural en los viajeros griegos de la época), así que en Egipto tuvo que recurrir a sacerdotes locales bilingües para que le interpretaran las inscripciones más o menos sagradas de los templos.
Heródoto era, indudablemente, un tipo excepcional en su curiosidad por lo exótico y en su admiración de lo extraordinario. Al recordar al sabio Solón cuenta que, tras su etapa como legislador en Atenas, partió de viaje "por afán de ver mundo" (theoríes héneken). Ese mismo "afán téorico" movía sin tregua a Heródoto, pero en él va unido a las ganas de narrar las cosas asombrosas que ha visto o que le contaron, y lo hace en un estilo muy claro, con descripciones y anécdotas de vivo colorido en escenarios muy variados.

Pionero de la antropología

Heródoto es también aquí el gran precursor de la pasión por las maravillas del milenario y enigmático Egipto, conocida luego como "egiptomanía"
Comparado con historiadores como Tucídides o Jenofonte, Heródoto se revela –sobre todo en los primeros libros– como un narrador divertido y fabuloso; después, cuando describe la guerra y sus contextos políticos, resulta más austero. Pero si nos detenemos en la lectura de la mitad inicial de su gran obra podemos admirar toda la variedad de sus observaciones. Es, con razón, muy conocido el libro segundo, dedicado a Egipto –que, desde tiempos de Homero, fue un país que siempre fascinó a los griegos y adonde viajaron famosos sabios como Tales, Pitágoras y más tarde Platón–. Fue Heródoto quien lo llamó "un don del Nilo".
Y, en efecto, comienza hablando del caudaloso río y de las teorías sobre sus lejanas fuentes en el centro de África, para describir luego las extrañas costumbres de sus gentes, así como algunos animales del variopinto bestiario egipcio, como el cocodrilo, el ibis y los gatos (por entonces, unos animales poco conocidos por los griegos). Asimismo trata de las colosales pirámides y de los dioses, sus templos, sus arcanos ritos y las historias asociadas a ellos; incluso narra cuentos curiosos, como el del ladrón de tesoros de pirámides, Rampsinito. Heródoto es también aquí el gran precursor de la pasión por las maravillas del milenario y enigmático Egipto, conocida luego como "egiptomanía".
Heródoto es así, en cierto modo, el primer antropólogo que explora mundos ajenos a su cultura. Abre ojos y oídos a las tradiciones de otros pueblos y elabora una pintoresca narración, una "historia" de horizontes lejanos, monumental y novelesca a ratos; se nos aparece como un viajero ilustrado fascinado por Oriente y Egipto, un pensador de extraordinaria amplitud de miras, tolerante y ameno.
Como otros historiadores griegos, Heródoto vivió desde joven en el exilio y compuso su magna obra desde él. Al igual que Tucídides, Jenofonte y Polibio, la experiencia del destierro le incitó a tender una mirada aguzada e imparcial sobre otras culturas, sin censuras morales ni partidismos patrióticos. Lo hizo con el hondo orgullo de ser un hombre libre y haber conocido la democracia, y de manejar la flexible lengua griega y afianzar, escribiendo en la joven prosa jonia, la tradición helénica del gusto por el diálogo en libertad y el examen crítico ante los hechos y las personas. Por eso, en los últimos libros de su Historia, exaltó la lucha heroica de los griegos por su independencia contra el gran ejército de los persas, llevados de continuo al desastre por reyes despóticos.

Desafiar al olvido

"Todo es azaroso en la vida humana", apunta en una sentencia; "La divinidad es envidiosa y perturbadora", dice en otra
Coetáneo y amigo de Sófocles, Heródoto mantiene una visión humanista y trágica de la historia universal, con esa mentalidad arcaica que veía a los humanos como seres "efímeros" de azaroso destino. Incluso el poderío y la ambición de los más grandes puede derrumbarse. "Todo es azaroso en la vida humana", apunta en una sentencia; "La divinidad es envidiosa y perturbadora", dice en otra. "No llames a nadie feliz hasta contemplar su último día", alecciona el ateniense Solón al riquísimo rey Creso, que recordará la frase al caer derrotado por el persa Ciro.
La divinidad abate a los orgullosos y premia a los justos, y castiga el exceso de soberbia, como hizo con Jerjes, al que ya Esquilo en su tragedia Los persas presentó como ejemplo de hybris (el arrebato pasional que lleva a los hombres a desafiar los límites impuestos por los dioses). Para Heródoto, el mundo se mueve bajo la mirada de los dioses, pero la providencia divina nos es extraña e imprevisible. El destino resulta trágico, y por ello vale la pena celebrar las gestas heroicas y las maravillas, e inventar, para siempre, la historia, es decir, un testimonio acreditado a favor de las glorias humanas desafiando las sombras del olvido.


National Geographic
Carlos García Gual
25 de septiembre de 2017
 

lunes, 13 de febrero de 2017

Ejercicios Tercera Declinación

Dejo unas pocas frases para ir practicando

Veritas  temporis  filia  est
Voluptates  nostro  corpori  nocent
Avaritia  crudelitatis  mater est
Fortitudo  dolorum  laborumque  contemptio  est
Rex  civitatis  princeps  ac  legionum  dux  erat
Limites  magnarum  rixarum  saepe  causa   sunt
Mercurius, deorum  nuntius,  magna  celeritate  terras  peragrabat.
Diana, venationis  dea,  Apollinis  soror  erat