lunes, 9 de febrero de 2015

Calgaco y Agricola

Discurso de Calgaco 
En el año 84 d.C. Julio Agrícola, gobernador de Britania, se enfrenta en la batalla del monte Graupio a los caledonios. Previamente al encuentro, Tácito pone en boca del caudillo indígena Calgaco una arenga en la que se identifica la paz y la administración romanas con la esclavitud y la explotación de los pueblos sometidos. El pasaje evidencia la visión crítica que Tácito proyecta sobre la expansión de una Roma soberbia, codiciosa y despótica.
Cornelio Tácito (ca. 55-116/120) ha sido considerado el más grande historiador romano. Nacido en una familia noble, su cursus honorum lo llevó a desempeñar la pretura en 88, el consulado en 97 y el cargo de procónsul de Asia durante el reinado de Trajano. Sólo tras la muerte de Domiciano se decidió a publicar sus obras: Vida de Agrícola -dedicada a su suegro-, Germania -única monografía etnogeográfica redactada en lengua latina-, el Diálogo de los oradores y, sobre todo, las Historias y los Anales desde la muerte de Augusto. Las Historias abordaban el período 69-96, pero no se conserva más que la parte correspondiente a los dos primeros años, mientras que de los Anales, que alcanzaban hasta el año 68, únicamente nos han llegado -y con lagunas- los libros I-VI (reinado de Tiberio) y XI-XVI (Claudio y Nerón). (Pilar Rivero-Julián Pelegrín).





Los britanos no se hallaban quebrantados por el resultado de la batalla anterior. Esperando la revancha o la esclavitud y, convencidos por fin de que debía rechazarse el peligro común con la unión, habían concitado las fuerzas de todas las tribus mediante embajadas y pactos. Veíanse ya más de treinta mil hombres armados y aún acudía toda la juventud y a quienes su vejez los mantenía fuertes y vigorosos, varones esclarecidos en la guerra, llevando cada uno sus propios distintivos, cuando un jefe llamado Calgaco, que sobresalía entre los demás por su valor y linaje, se dice que habló de esta manera ante la multitud congregada que pedía combatir:
«Cada vez que contemplo los motivos de esta guerra y nuestra crítica situación, tengo la firme convicción de que el día de hoy y vuestra unión serán el comienzo de la liberación de toda Britania. En efecto, os habéis reunido todos los que estáis exentos de la esclavitud; no queda ya terreno para retroceder ni mar seguro mientras tengamos la amenaza de la flota romana. En tales circunstancias, el combate y las armas, que son honor para los valientes, resultan asimismo la defensa más eficaz para los cobardes.
Los que lucharon antes que nosotros contra los romanos con suerte diversa tenían la esperanza de socorro en nuestras manos, porque, siendo los más nobles de toda Britania y habitando por ello lugares reservados, no vemos las costas de los esclavos y tenemos hasta los ojos sin profanar por el contagio de la opresión. A nosotros, los últimos habitantes de la tierra y de la libertad, nos ha defendido hasta el presente el mismo alejamiento y el hallarnos a cubierto de la fama. Ahora el confín de Britania está abierto y todo lo desconocido se piensa que es magnífico. Pero tras nosotros no existe raza humana, sino olas y rocas y, más hostiles que éstas, los romanos, cuya soberbia en vano se evita con la obediencia y el sometimiento. Saqueadores del mundo, cuando les faltan tierras para su sistemático pillaje, dirigen sus ojos escrutadores al mar. Si el enemigo es rico, se muestran codiciosos; si es pobre, despóticos; ni el Oriente ni el Occidente han conseguido saciarlos; son los únicos que codician con igual ansia las riquezas y la pobreza. A robar, asesinar y asaltar llaman con falso nombre imperio, y paz al sembrar la desolación.
La naturaleza ha dispuesto que lo más querido para cada uno sean sus hijos y familiares; las levas nos los arrebatan para servir en otras tierras. Aun en el caso de que vuestras esposas y hermanas hayan escapado a la lujuria del enemigo, están siendo manchadas por unos falsos amigos o huéspedes. Los bienes y las fortunas están siendo arruinados por los tributos; la cosecha anual, por los aprovisionamientos; vuestros mismos cuerpos y manos, entre golpes e insultos, para hacer viables los bosques y los pantanos.
Los esclavos, nacidos para la esclavitud, son puestos a la venta una sola vez y, además, sus amos los alimentan. Britania compra y sustenta diariamente su propia servidumbre. Y así como entre la familia el esclavo recién llegado es motivo de burla para sus compañeros, así en esta ya antigua esclavitud de todo el orbe, a nosotros, nuevos y despreciables, se nos busca para destruirnos, pues no tenemos campos, ni minas, ni puertos, para cuya explotación fuéramos reservados. Además, el valor y el orgullo de los vasallos desagradan a sus dominadores, y el asentamiento en un lugar apartado es tanto más sospechoso cuanto más seguro. Pues bien, desvanecida la esperanza de perdón, cobrad ánimo tanto los que apreciáis la propia salvación como los que miráis antes por la gloria. Los brigantes, a las órdenes de una mujer, fueron capaces de quemar una colonia, de tomar un campamento y, si su buena estrella no los hubiera vuelto negligentes, incluso de sacudirse el yugo definitivamente. Nosotros, con las fuerzas intactas, indómitos y dispuestos a conquistar la libertad, no a merecer el arrepentimiento, mostremos ya de entrada en el primer choque qué hombres ha reservado Caledonia para defenderse.
¿Creéis que los romanos conservan en la guerra un coraje parejo a su desenfreno en la paz? Famosos gracias a nuestras desavenencias y discordias, convierten los defectos de los enemigos en gloria para su ejército. Ejército al que, reclutado entre pueblos muy diversos, las circunstancias favorables lo mantienen unido y al que, por tanto, las adversas lo disolverán, a no ser que penséis que los galos, los germanos y (vergüenza me da decirlo) muchos de los britanos, aunque presten su sangre a la tiranía extranjera, frente a la que, en cambio, han sido por más tiempo enemigos que esclavos, estén unidos a ella por lazos de fidelidad y adhesión.
El miedo y el terror son débiles vínculos de amistad: cuando se consigue alejarlos, empiezan a odiar quienes han dejado de temer. Todos los estímulos para la victoria están a nuestro favor: ninguna esposa puede enardecer aquí a los romanos; tampoco están sus padres para reprocharles la fuga. Muchos, o no tienen patria o es distinta de Roma. Escasos en número, temerosos por su desorientación, mirando en torno suyo el cielo mismo, el mar y los bosques, todo desconocido para ellos, los dioses los pusieron en nuestras manos como encerrados y encadenados. No os asuste su vano aspecto y el brillo del oro y de la plata, que ni protege ni hiere. En las propias líneas de los enemigos encontraremos ayuda: los britanos reconocerán su causa, los galos recordarán su libertad anterior, los demás germanos los abandonarán como hace poco lo hicieron los úsipos, y ya no hay más motivos de temor; fuertes vacíos, colonias de ancianos, municipios echados a perder y en desavenencia, entre los que obedecen mal y los que mandan injustamente.
«Aquí hay un jefe y un ejército; allí, tributos, minas y demás castigos propios de esclavos. Si vamos a sufrirlospara siempre o vengarlos al punto, se va a decidir en esta llanura. Así que, cuando entréis en combate pensad en vuestros antepasados y descendientes.»
Tácito, Vida de Agrícola, 29-32, traducción de José María Requejo, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1988.



Discurso de Agrícola a sus soldados

[33] Los bárbaros acogieron su discurso con alegría, como es su costumbre, entre cánticos, gritos y una estruendosa algarabía. Ya se podía ver la concentración de hombres y el resplandor de las armas de cada uno de los más valientes en la primera línea; al mismo tiempo, la línea romana se estaba organizando cuando Agrícola, aunque pensaba que sus soldados estaban animados y que apenas podría evitar que subieran a las empalizadas, les dijo:
“Han pasado ya siete años, camaradas, desde que, bajo los auspicios y la virtud del Imperio romano, conquistasteis Britania con vuestra lealtad y vuestro esfuerzo. En tantas expediciones, en tantos combates hizo falta vuestra valentía frente al enemigo o vuestra resistencia y trabajo frente a la propia naturaleza de este lugar: ni yo me he arrepentido de mis soldados ni vosotros de vuestro general. Así pues, ahora que hemos sido los primeros en superar las fronteras de Britania, vosotros de entre todos los ejércitos y yo de entre todos los legados anteriores, tenemos en nuestras manos los últimos rincones de Britania, no de palabra ni de nombre, sino con armas y campamentos: hemos descubierto y sometido Britania. Muchas veces, cuando en una marcha los pantanos, los montes o los ríos os agotaban, les oí preguntar a los más valientes: “¿Cuándo se dejará ver el enemigo, cuando nos vendrá al ataque?” Ahora vienen, los hemos sacado a la fuerza de sus escondrijos: vuestros deseos y valor tienen pista libre para demostrarse: todo resulta fácil para el conquistador y perjudica al conquistado. Pues aunque resulte un motivo de orgullo y de honor realizar tan grandes marchas, evitar los bosques y cruzar los ríos de frente, en una retirada todo lo que hoy es muy beneficioso resulta lo más peligroso: nosotros no conocemos estos lugares igual que los britanos ni sabemos tantos caminos, pero tenemos nuestras fuerzas y nuestras armas, y con ellas lo tenemos todo. Por lo que a mí respecta, sé seguro que una retirada no es segura ni para el ejército ni para su general: por esto, preferiría una muerte noble a una vida deshonrada. En un mismo lugar, tenemos disponibles nuestra salvación y nuestra gloria, y no carecería de gloria morir en el mismo final de la tierra y del mundo.
[34] Si nuestros enemigos fueran nuevos, os podría poner como ejemplo a otros ejércitos. No es necesario: recordad vuestras nobles acciones, preguntadle a vuestra memoria. Estos enemigos son a los que derrotasteis el año pasado con vuestros gritos mientras atacaban por la noche y a traición a una legión; estos son los más huidizos de todos los britanos y, por eso, son los que todavía viven. De la misma manera que los animales más valientes se lanzan contra los cazadores cuando penetran en los bosques y cañadas mientras que los cobardes y débiles los evitan, también los britanos más fuertes ya cayeron primero y quedan ahora los cobardes y miedosos. Por fin los habéis encontrado, no por que hayan plantado cara sino porque los hemos cazado: su desesperación y su miedo extremo han dejado clavadas a sus tropas en este lugar para que consigáis una bella y espectacular victoria. Acabad con las campañas, coronad cincuenta años de dominio con un gran día y demostrad a Roma que nunca se pudo acusar a uno de sus ejércitos de demorar la guerra o causar una rebelión.”
 

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